Las elecciones en Reino Unido y en Francia dejan escenarios que mueven el ajedrez político, pero en donde se impone la democracia.
Tanto Francia como el Reino Unido, dos de los países de más peso en Europa, sostuvieron elecciones parlamentarias la semana pasada. En ambos países, un gobierno impopular se enfrentaba al dictamen de las urnas. En ambos países, más marcadamente en Francia, partidos de la derecha radical fueron protagonistas de las elecciones. En ambos países, más hacia el centro en el Reino Unido, se impuso la izquierda. En ambos países, con simétrica legitimidad, habló la democracia.
En Westminster, la victoria del Partido Laborista fue contundente. Obtuvo más de 410 escaños en la Cámara de los Comunes, suficientes para tener la mitad más uno de la representación e imponer a su líder, Keir Starmer, como nuevo primer ministro. Los conservadores, representados por el primer ministro saliente, Rishi Sunak, sufrieron la peor derrota en toda su historia.
Mientras tanto, la derecha populista, liderada por el mediático Nigel Farage, obtuvo cinco escaños, su mayor logro a la fecha. Un resultado que la conecta con fenómenos similares en el resto de Europa.
Del otro lado del canal de la Mancha, las elecciones convocadas por el atribulado Emmanuel Macron arrojaron un balance paradójico. Los tres principales bloques en contienda dirán, todos, que ganaron. Siendo que, al mismo tiempo, todos perdieron.
La derecha radical de Agrupación Nacional aumentó en un 60 por ciento su representación en la Asamblea, pero ese incremento se quedó corto frente a las expectativas de la víspera, que la daban de ganadora. No alcanzaron tampoco el segundo lugar y quedaron de terceros. La coalición centrista del presidente Macron, llamada Juntos, quedó de segunda, muy por encima de la paliza que anticipaban las encuestas, pero perdió unos 90 diputados. Y la izquierda unida del Nuevo Frente Popular ocupó el inesperado primer lugar de la jornada, pero lejos de los escaños necesarios para conformar una mayoría absoluta, por lo que tendrá que hacer alianzas si quiere gobernar el hexágono galo.
Macron logró uno de sus cometidos: bloquear el avance de sus archienemigos de la derecha nacionalista. Pero a un costosísimo sacrificio de gobernabilidad, por lo que ahora quizá tenga que pactar con su otro gran enemigo, la extrema izquierda de La Francia Insumisa, para formar gobierno. En cualquier caso, Francia queda inmersa en la confusión y la posible parálisis parlamentaria. Si la intención de Macron era “clarificar la situación política”, como dijo antes de las elecciones, fracasó en el intento.
En ambas naciones las aguas de la política seguirán revueltas por un tiempo, y vendrán movimientos de ajedrez, de eso no cabe duda. Pero así es la democracia: tan plural y tan compleja como plurales y complejas son las sociedades humanas. Nada garantiza que siempre arroje resultados fáciles de asimilar. Pero mientras los procesos electorales gocen de validez, por tratarse de ejercicios transparentes e incluyentes, la voz del pueblo tiene que ser obedecida.
Siempre será preferible la legítima complejidad de la democracia a la fraudulenta simplicidad del despotismo.
Información extraída de: https://www.eltiempo.com/opinion/editorial/historia-de-dos-comicios-3360138