Importando incertidumbre

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Las guerras diplomáticas no castigan a los narcos, sino a empresarios, trabajadores y emprendedores que sostienen la economía legal de Colombia.

El presidente Gustavo Petro ha decidido abrir un nuevo frente de confrontación, esta vez con el presidente Donald Trump y, de paso, con los Estados Unidos, nuestro principal socio comercial e inversionista. Sus recientes declaraciones, respondidas con amenazas de aranceles y la suspensión de asistencia financiera, confirman que Washington ya no tiene la mano extendida por inercia. La relación atraviesa uno de sus momentos más frágiles en tres décadas.

Colombia depende en gran medida del comercio y la inversión estadounidense: más del 30% de nuestras exportaciones tienen ese destino y cerca del 40% de la inversión extranjera directa proviene de capital norteamericano. En ese contexto, sugerir sanciones o escalar la tensión equivale a importar incertidumbre. Los narcotraficantes no pagan aranceles ni dependen de los tratados comerciales; quienes sufren los efectos son las empresas legales, los trabajadores formales y las regiones que viven de la inversión productiva.

El argumento oficial de “responder con soberanía” suena bien en los discursos, pero es autodestructivo en la práctica. Cada gesto hostil se traduce en primas de riesgo más altas, tasas de interés que suben y proyectos que se aplazan. El costo real lo pagan los exportadores, los pequeños empresarios que dependen de un dólar estable y los inversionistas que hoy dudan en ampliar operaciones en un país donde la política exterior parece dictada por el impulso.

Mientras otros gobiernos de la región aprovechan la reconfiguración global para atraer capital y cadenas de valor, Colombia se enreda en peleas simbólicas. La presidenta mexicana Claudia Sheinbaum ha mostrado que se puede defender el interés nacional sin incendiar puentes. Ha mantenido la estabilidad con Washington, ha ganado espacio de negociación y lo ha hecho con diplomacia silenciosa.

Colombia no solo ha sido un aliado histórico de EE. UU. en la defensa de la democracia y la estabilidad regional, sino uno de los pocos países donde esa nación sigue siendo nuestro principal socio comercial. Aunque marginal en términos absolutos para Washington, somos una pieza importante en el rompecabezas hemisférico.

Si bien desde Washington no se espera ningún anuncio previsto de nuevos aranceles a Colombia, y desde el Mininterior señalaron que cualquier respuesta debe darse únicamente por la vía diplomática, esta señal y los anuncios que se esperaban anoche desde la Casa de Nariño deben confluir en una sola línea: el momento demanda mesura estratégica, no confrontación, pues de lo contrario la población y las regiones productivas pagarán los platos rotos.

Indignarse y romper amarres puede ser tentador para quienes no cargan con la responsabilidad de cuidar la vida, el empleo y el futuro de millones de colombianos. Pero en su nombre no podemos incendiar una relación que ha sido mutuamente beneficiosa. Cuando sube el costo de vida, se pierden empleos y se encarecen los créditos internacionales, los que más sufren son los que menos tienen.

Los líderes verdaderamente valientes saben callar en momentos difíciles y entender que la suerte de millones depende de sus palabras. Gobernar implica, a veces, tragarse sapos y pensar en el largo plazo. Aún no es tarde para rectificar. Hay diferencias, sí, pero existen mecanismos diplomáticos y canales institucionales para resolverlas. En diplomacia, como recordaba Churchill, es un error insistir cuando ya no hay progreso posible. Colombia necesita cabeza fría, inteligencia y estrategia, no más incendios.

JAIME PUMAREJO HEINS

Información extraída de: https://www.portafolio.co/opinion/editorial/importando-incertidumbre-opinion-642616

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