Exportamos distinto Colombia no vive un boom exportador

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Colombia no vive un boom exportador, pero sí una diversificación real de su canasta externa.

No todo en la economía colombiana se mueve al ritmo del pesimismo. Mientras el debate público sigue dominado por la incertidumbre política, hay una realidad que merece una lectura más fina: Colombia no está viviendo un boom exportador en volumen, pero sí está cambiando, lenta y silenciosamente, la forma en la que exporta.

En 2024, las exportaciones no minero-energéticas alcanzaron cerca de US$22.000 millones, con un crecimiento cercano al 7,7%, según cifras de Dane y Analdex.
El dato es relevante, no porque implique un salto histórico en el total exportado, sino porque muestra una recomposición real de la canasta. Agroindustria, alimentos procesados, manufacturas livianas y servicios empiezan a ocupar un espacio que antes era marginal. Los ejemplos ayudan a entender el cambio.

El aguacate hass pasó en pocos años de ser un producto emergente, a consolidar exportaciones superiores a US$300 millones, con acceso estable a Europa y Estados Unidos. El café especial, con diferenciación por origen y calidad, representa hoy más de la mitad de las exportaciones cafeteras. Colombia sigue siendo el segundo exportador mundial de flores, sosteniendo su liderazgo con innovación logística y estándares ambientales cada vez más exigentes.

No es un cambio menor: detrás de estas cifras hay empresas que aprendieron a exportar, a cumplir estándares y a competir sin protección ni subsidios. También hay una transformación menos visible, pero estratégica. Según el Banco de la República, las exportaciones de servicios alcanzaron US$4.043 millones en el segundo trimestre de 2024, equivalentes a algo más del 4 % del PIB en ese periodo.

Detrás de esa cifra hay servicios empresariales, tecnología, ingeniería y tercerización, intensivos en talento colombiano y con generación real de valor local. No es reexportación; es conocimiento, trabajo calificado y empresas compitiendo en mercados internacionales.

Nada de esto debe confundirse con un aumento significativo del volumen exportado total. Colombia sigue exportando alrededor de US$50.000 millones al año, una cifra modesta frente a economías comparables. Chile, con menos población, exporta cerca de US$95.000 millones; Perú ronda los US$65.000 millones; México supera los US$600.000 millones, según datos del Banco Mundial.

El problema colombiano no es solo qué exporta, sino cuánto exporta. Por eso, esta buena noticia debe leerse con realismo. La diversificación es un avance, pero parte de una base todavía pequeña y no puede convertirse en excusa para debilitar los sectores tradicionales.

Las exportaciones minero-energéticas siguen siendo el ancla de la balanza externa, del flujo de divisas y de buena parte del recaudo fiscal. Ningún país que hoy exporta más y mejor llegó allí desmontando los sectores que ya funcionaban antes de consolidar los nuevos. Chile no abandonó el cobre para desarrollar su agroindustria. Noruega usó el petróleo para financiar la innovación y la transición productiva. Australia combinó minería con servicios y educación internacional. La lección es pragmática: diversificar no es renunciar, es complementar.
La advertencia final es clara. Este proceso ha ocurrido a pesar de la incertidumbre regulatoria, la falta de una política exportadora coherente y una diplomacia comercial débil. La diversificación existe, pero no es irreversible.

Mensajes ambiguos hacia la inversión, impuestos mal diseñados o el deterioro de la infraestructura pueden frenar un motor que apenas empieza a tomar tracción. Exportar distinto es un avance. Exportar mucho más sigue siendo la tarea pendiente.
JAIME PUMAREJO HEINS

Información extraída de: https://www.portafolio.co/opinion/editorial/exportamos-distinto-484702
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