En momentos en que EE. UU. y China dialogan en su guerra comercial, no luce prudente enviar claras señales de inclinación hacia un lado de la pugna.
Después de un fin de semana de conversaciones en Ginebra (Suiza), Estados Unidos y China acordaron la suspensión mutua de la mayoría de los aranceles que se habían levantado ambas potencias al arranque de la actual guerra comercial. El presidente norteamericano, Donald Trump, había impuesto tasas del 145% en las importaciones chinas, mientras que el dragón asiático había respondido con otra tasa retaliatoria de 125% en los bienes estadounidenses.
Las negociaciones comerciales condujeron a que Washington y Beijing redujeran ambos sus tasas arancelarias a un mínimo 10% -un 20% por el fentanilo se mantendría-, y generaron un respiro en los distintos actores de la economía global.
Al fin y al cabo, los primeros ‘cañonazos’ de la pugna entre las dos principales economías del mundo se llevaron por delante bolsas de valores, cadenas de suministro, las expectativas del comercio internacional, varios puntos porcentuales del PIB global y un generalizado estado de zozobra. Mientras el mundo conocía los detalles de este “acuerdo” entre Estados Unidos y China, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, anunciaba la adhesión del país a la “La Franja y la Ruta” de Beijing.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta -también llamada la “Ruta de la Seda del siglo XXI”- es una estrategia del gobierno chino para construir una plataforma de cooperación internacional que incluye proyectos de infraestructura, proyectos comerciales y ofertas de inversión.
La “Franja y la Ruta” no es un instrumento diplomático nuevo en las relaciones entre China y América Latina. Desde 2018 alrededor de una veintena de naciones de la región ya lo han firmado y se han desarrollado unos 200 proyectos relacionados. No obstante, el momento que ha escogido el gobierno Petro para afianzar los lazos colombo-chinos, por la vía de adherirse a esta iniciativa, no parece ser el más conveniente para los intereses nacionales.
Y la razón para lo anterior es la relación comercial que Colombia goza con Estados Unidos. No han sido pocas las alertas que se han disparado en semanas recientes ante la intención manifiesta del gobierno colombiano de profundizar la relación con Beijing. No se trata de desconocer la autonomía de cada administración de ampliar los lazos diplomáticos, comerciales y de inversión con los países que considere, ni tampoco la necesidad urgente de la economía colombiana de diversificar sus exportaciones al mundo para reducir la dependencia con el mercado norteamericano.
La cuestión crucial radica en contar con una mayor claridad en los frentes -comerciales y de inversión- en los que esta adhesión beneficiará a Colombia y a su economía. Dado que no son conocidos los detalles de los documentos diplomáticos entre Bogotá y Beijing, es por ahora imposible responder estas dudas. Pero es valioso y legítimo levantar estos cuestionamientos para comprender mejor cuál es la estrategia de la administración Petro para equilibrar la balanza comercial con China y para mitigar los costos de estos acercamientos.
Voceros del gobierno estadounidense han advertido a Colombia sobre el eventual reforzamiento de los lazos con China. El gobierno colombiano debe actuar con la prudencia requerida para sostener las relaciones más provechosas para los intereses nacionales, tanto con Washington como con Beijing. No luce prudente inclinarse tan evidente de un lado de la pugna comercial, cuando sus dos protagonistas incluso están en conversaciones. Es un tema que hay que tratar con “guante de seda”.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
Información extraída de: https://www.portafolio.co/opinion/editorial/editorial-portafolio-con-guante-de-seda-629979