‘Estamos avisados’: los riesgos económicos a los que se enfrenta Colombia

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Ricardo Ávila analiza los impactos que tiene para el país los más recientes resultados de Ecopetrol y otros temas.

Cuando a mediados de la semana Ecopetrol dio a conocer sus resultados financieros con corte al tercer trimestre del año, las reacciones no se hicieron esperar. Más allá de seguir registrando resultados en negro, volvió a quedar claro que las épocas de oro de la empresa quedaron atrás, como lo muestra una caída del 32 por ciento en las utilidades hasta septiembre.

Aunque son varias las razones que explican dicho descenso, el principal factor es la baja en las cotizaciones del petróleo, que sigue representando el grueso del negocio del conglomerado de mayoría estatal. Según cálculos del Banco Mundial, el precio promedio del barril de la variedad Brent -que sirve de referencia para el crudo colombiano- pasaría de cerca de 81 dólares en 2024 a unos 68 este año.
Y a juzgar por las proyecciones de la entidad, 2026 pinta peor pues se anticipa otro bajón hacia los 60 dólares el barril. En general, la misma perspectiva aplica para los productos básicos, sean de origen mineral o agrícola, cuyo costo promedio se reduciría en siete por ciento el año que viene.
Semejante cálculo es una buena noticia para aquellos países que son importadores netos de bienes primarios, pero no necesariamente para las naciones que venden sus excedentes al resto del mundo. Colombia, que forma parte de este último grupo, se enfrenta a la posibilidad de menores ingresos, algo que -de confirmarse- no solo impactará negativamente los números de Ecopetrol sino a incontables firmas y personas, además de la actividad productiva.
Lo anterior no desconoce que la moneda tiene dos caras. Por ejemplo, si ciertos renglones alimenticios y los insumos energéticos se abaratan, eso aliviará el bolsillo de millones de familias y hará más fácil torcerle el pescuezo a la inflación.
No obstante, cada cual deberá hacer sumas y restas para mirar cómo le puede ir en un planeta en el cual los vientos cruzados abundan. En lo que atañe a la economía nacional, por ejemplo, existe el riesgo de un retroceso en las exportaciones tradicionales, combinado con alzas en segmentos como el gas natural que parece ir en contra de la corriente por cuenta de la geopolítica.
Campanazos de alerta
Nada de eso parece ser fuente de preocupaciones inmediatas a nivel interno, donde la demanda local se mantiene vigorosa y la confianza de los consumidores sube. Aun así, las lecciones del pasado enseñan que es mejor prestar atención a las señales de afuera, pues no se trata de aguar la fiesta sino de entender que el ritmo de la música será otro.
El motivo está relacionado con las complejas circunstancias globales, en donde se acumulan los nubarrones que anuncian tormentas. Incluso si las advertencias de quienes avizoran una fuerte corrección en los mercados bursátiles y una eventual recesión no se concretan, la situación es lo suficientemente mediocre para concluir que el planeta anda a tropezones.
Para colmo de males, la guerra comercial impulsada por Estados Unidos, las mayores tensiones en diferentes geografías y la incertidumbre que afecta el clima de inversión tampoco ayudan. Todo lo anterior se mezcla con una oferta de bienes primarios que se ha venido expandiendo, como ocurre con los hidrocarburos.
De vuelta al petróleo, la expectativa apunta que habrá una disponibilidad sobrante. Parte del pronóstico está relacionado con la capacidad que ha tenido Rusia de hacerle un esguince a las sanciones de las que ha sido objeto por cuenta de la invasión de Ucrania, las cuales buscan disminuir la cantidad de crudo que vende.
A lo anterior se suma la intención de la Opep -que agrupa a varios de los principales productores- orientada a recuperar cuota de mercado, al hacer inviables financieramente las explotaciones de mayor costo. Si bien a comienzos de este mes los más grandes del cartel señalaron que habían decidido ponerle pausa al plan de aumentar sus despachos de forma incremental en los meses que vienen, ya han inyectado más de 2,9 millones de barriles diarios adicionales, lo que equivale al 2,7 por ciento de la demanda mundial.
Debido a ello, la pregunta no es si los precios van a bajar, sino en qué proporción. Según el Banco Mundial el próximo año “sobrarán” cuatro millones de barriles diarios, una cifra que no tiene precedentes recientes.

Tal escenario tendrá repercusiones sobre el que sigue siendo el primer renglón de las exportaciones colombianas, con un peso cercano al 25 por ciento del total. En los primeros nueve meses de 2025, las ventas externas de petróleo y derivados alcanzaron 9.614 millones de dólares, de acuerdo con el Dane, un descenso del 16 por ciento frente al año precedente.
Puede ser que a la Casa de Nariño esa tendencia le parezca positiva, pues corresponde a su ánimo de descarbonizar la economía. El lío es que no solo habrá menos divisas, sino que el recaudo de impuestos y regalías también será menor, algo que golpeará las finanzas del gobierno central y de las regiones.
No menos inquietante es lo que puede pasar con las explotaciones de mayor costo, que podrían cerrarse al dejar de ser rentables. En ese caso el declive de la producción interna se aceleraría y más en medio de la determinación gubernamental de no entregar nuevas áreas para exploración.
Tampoco pintan bien las cosas para el carbón, en lo que corresponde a las cotizaciones. Este año, el mineral experimenta una reducción del 21 por ciento, a la cual le seguiría una adicional del 7 por ciento en 2026, dice el Banco Mundial.

Dado que el capítulo de “hulla, coque y briquetas” ocupa el puesto número tres en nuestras exportaciones, con 3.612 millones de dólares facturados hasta septiembre, acá también se sentirá el coletazo. Un entorno global desafiante se combina con un clima interno hostil, como lo comprueban los bloqueos y atentados que experimentan minas de gran envergadura como el Cerrejón, que es la principal fuente de empleos formales en la Guajira.

Para colmo de males, el gas natural que Colombia deberá importar de manera creciente con el fin de suplir sus necesidades muestra otra realidad. Durante 2025 hubo un alza significativa en el compuesto proveniente de Estados Unidos, pues Europa disparó las compras para aumentar sus inventarios y desligarse todavía más de Rusia. El año que viene se vería un incremento adicional del 11 por ciento, que acabaría reflejándose en las facturas que pagan los consumidores en Colombia, incluyendo las de energía.

Así las cosas, el riesgo para la economía colombiana consiste en recibir menos por lo que le sobra y pagar más por lo que necesita, al menos en lo que corresponde a industrias extractivas. Tan solo el oro -con exportaciones de 3.126 millones de dólares hasta septiembre- muestra una tendencia favorable, pero hay que subrayar que la mayoría de lo que se extrae proviene de fuentes ilegales o informales.

Unas por otras

Por otro lado, el panorama de los alimentos muestra sombras y luces en lo que atañe a Colombia, tras un 2025 que ha sido muy bueno para diferentes grupos de cultivadores. Por ejemplo, las ventas externas de café subieron casi 80 por ciento en lo corrido del año, debido a la combinación de buenas cosechas y cotizaciones internacionales favorables, tras los problemas que experimentaron otras naciones productoras del grano.

Y ese caso no ha sido el único. Las exportaciones de aceite de palma han crecido 84 por ciento en dólares, mientras que las de banano lo han hecho en 19 por ciento. Para la carne el incremento es de 85 por ciento, mientras que en legumbres y frutas el alza es de 16 por ciento. Pienso para animales y bebidas registran mejoras del 49 y 31 por ciento, respectivamente, en su facturación.
Tales comportamientos han servido para compensar, en parte, una tasa de cambio que pocos anticipaban. La semana pasada el dólar llegó a ubicarse por debajo de los 3.700 pesos, su nivel más bajo de los últimos cuatro años. Aunque eso favorece a quienes adquieren bienes y servicios en el exterior, implica sacrificios para quienes envían sus productos a otras latitudes.

En contraste con lo que pasa con los combustibles, en este caso el Banco Mundial prevé estabilidad en los precios internacionales de la comida en 2026, tras una reducción del 6 por ciento en promedio este año. A pesar de esa visión de relativa tranquilidad, los últimos meses han estado llenos de sobresaltos por cuenta de las restricciones unilaterales impuestas por Estados Unidos y las represalias adoptadas por China y, en menor grado, por la Unión Europea.

Sin embargo, esa presión apunta a ser menor. La semana pasada Donald Trump aflojó un poco las tuercas al darse cuenta de que los consumidores estadounidenses están teniendo que pagar más a la hora de hacer mercado, debido a los mayores aranceles. Esa insatisfacción, que posiblemente influyó en los buenos resultados que logró la oposición en la más reciente ronda de elecciones, debería mitigarse con el anuncio de bajarles las tarifas a una serie de alimentos clave.

Sea como sea, el Banco Mundial sostiene que en el capítulo de granos no debería haber sobresaltos en el panorama global. Tanto trigo, como maíz y arroz muestran una oferta adecuada, con ligeras variaciones en precios el año que viene. Quizás el ajuste más grande de todos se vea en la soya, por cuenta de una cosecha mundial que se encamina a ser de gran tamaño.

Una consecuencia favorable de dicho pronóstico sería disminuir en cerca de 40 millones el número de personas que sufren el azote del hambre en el planeta, pues más individuos podrán acceder a nutrirse adecuadamente. Según cálculos de las Naciones Unidas, esa cantidad cerraría en 634 millones en 2026, el guarismo más bajo desde 2021.

Aparte de lo anterior, vale la pena mencionar que la bonanza que han tenido los cafeteros empezaría a quedar atrás el año que viene. El Banco Mundial dice que la cosecha global aumentará en unos cinco millones de sacos hasta los 179 millones, lo cual se traduciría en una reducción del 13 por ciento en los precios internacionales.

Como siempre sucede en estos casos, el organismo aclara que sus proyecciones no están escritas en piedra pues el espacio para imprevistos es amplio. El cambio climático y las tensiones geopolíticas, pasando por los vaivenes en el campo comercial o las crisis de seguridad, pueden alterar en forma sustancial el futuro cercano. Hasta el avance de la inteligencia artificial que viene acompañado de la construcción de centros de datos que exigirán más energía, influirán en el resultado de la ecuación.

Ello sin hablar de profecías que rayan en lo apocalíptico. Tan solo en lo que corresponde a los mercados financiero y de valores, aumentan las alertas respecto a correcciones súbitas en los precios de las acciones o el enorme tamaño de las acreencias públicas y privadas.

Economistas de postín hablan de que, en el peor de los casos, desaparecerían billones de dólares de riqueza que ocasionarían efectos dominó en múltiples ámbitos. Si en lugar del crecimiento mediocre que se anticipa, la economía mundial cae en un bache profundo los precios de los productos básicos tenderían a caer con fuerza.

Pero incluso sin llegar a esos extremos, el mensaje para Colombia es que necesita mantener la guardia arriba. Aun si nada tan grave acaba ocurriendo, el próximo año traerá desafíos que no serán de poca monta por cuenta de lo que pueda suceder con el petróleo o el café, claves para la salud de las exportaciones y del crecimiento económico. Como bien dice el refrán, soldado avisado…
RICARDO ÁVILA PINTO
Información extraída de: https://www.portafolio.co/economia/crecimiento/estamos-avisados-los-riesgos-economicos-a-los-que-se-enfrenta-colombia-483242
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