El inicio de 2023 ha agitado la coctelera de la economía mundial. EEUU se aproxima a una corta recesión de la que podría escapar la zona euro. El interrogante es “qué ocurrirá con la inflación en Occidente una vez la economía china eleve su intensidad” y recoja el testigo de la “anémica actividad” estadounidense
Algo extraño se mueve en el núcleo más profundo de la coyuntura mundial. Hasta el punto de alterar el pulso entre las potencias industrializadas y de romper la conciliación del análisis de los mercados y de los organismos oficiales. El ejercicio 2023 parece haber emprendido su vuelo con una especie de decoupling interpretativo que suscita todavía más incógnitas sobre el devenir de la economía del planeta.
La fragmentación no es espectacular, pero deja la percepción de que 2023 estará sometido a fuerzas telúricas de primer orden que se unirán a los temblores sísmicos que surgirán desde la esfera geopolítica. Como suele ocurrir en la historia económica reciente, EEUU marca el paso. Cualquier estornudo del primer mercado global provoca resfriados en otras latitudes y el invierno reporta síntomas de debilidad en la actividad estadounidense. A pesar de que, en el cuarto trimestre, el PIB repuntó por encima de las predicciones, hasta un 2,9%, tres décimas menos que entre julio y septiembre.
Así lo atisba el barómetro de Indicadores Económicos de The Conference Board que advierte en su versión predictiva de enero, con datos de diciembre, la inminente entrada en recesión del PIB americano debido a un “deterioro expansivo y creciente” del clima empresarial. El índice cayó un 1%, hasta los 110,5 puntos, tres décimas por encima de las expectativas inversoras. Este think tank, al que acude habitualmente el Comité de Mercados Abiertos de la Reserva Federal para examinar escenarios económico-financieros, pone sobre aviso de que cada vez más compañías estadounidenses atraviesan por dificultades.
La radiografía del LEI -acrónimo con el que se conoce a este termómetro-, situó ya en febrero de 2022 el inicio del receso productivo del PIB de EEUU, un augurio que se corroboró de manera oficial con posterioridad, con dos trimestres consecutivos de números rojos. A pesar de lo cual, y bajo el razonamiento de la especial efervescencia que mostraron las contrataciones laborales y los resultados empresariales hasta el inicio del invierno, la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, según sus siglas en inglés) se ha resistido a proclamar oficialmente la recesión.
Sin embargo, ahora, con el cambio de año, el panorama se ha transformado -explicaba Ataman Ozyildirim, director de Conference Board- con “evoluciones contractivas” en siete de los diez índices que conforman el barómetro y que revelan que “la anemia se propagará a lo largo de los próximos meses por los mercados laboral, manufacturero, constructor o bursátil”. Su pronóstico apunta a una recesión “en los primeros trimestres” de 2023, antes de que el PIB despegue de nuevo en el tramo final del ejercicio.
La NBER también vigila los datos del LEI como árbitro oficial de los ciclos de negocios estadounidenses y tiene como misión determinar la fecha exacta de todo comienzo y final de las fases de prosperidad y contracción. En su seno, varios de sus economistas se decantan por transmitir que la etapa post-Covid, engendrada con estímulos fiscales y monetarios, ya tiene su epitafio.
Esta tesis ha sido refrendada por encuestas como la de la National Association for Business Economics, en el que el 52% de los economistas que participan en su muestra de opinión cree que EEUU no podrá eludir la recesión. “Por primera vez desde 2020, hay más visionarios de los números rojos por las expectativas de pérdidas de empleo”, avisa Julie Coronado, su presidenta, que también alerta de “aumentos en los gastos de capital”.
El mercado recibe el sónar de la ‘estanflación’
No es que sea mucho más favorable, porque unas décimas por encima o debajo de los recesos de actividad no resultan un aliciente, pero la panorámica que domina en el mercado desvela una combinación de bajo crecimiento y persistente espiral de precios. El gradual encarecimiento de las materias primas está detrás de esta reaparición del fantasma de la estanflación. La idea de su análisis incide en que el balón de oxígeno de sus cotizaciones en la primera mitad del año alentará un tibio crecimiento que se traducirá tras el ecuador del ejercicio en nuevas presiones inflacionistas.
Es el mensaje que emergió de Davos. Por ejemplo, en boca de Nicolai Tangen, el CEO del fondo soberano noruego, el de mayor tamaño global con más de 1,3 billones de dólares de activos, para quien esta conjunción de fenómenos “deja borrascas a los inversores porque perdemos las pistas sobre las ganancias”. A su juicio, el interrogante más trascendental es el de conocer “qué ocurrirá con la inflación en Occidente una vez la economía china eleve su intensidad” y recoja el testigo de la “anémica actividad” estadounidense.
Porque un “fuerte impulso del PIB chino” después del final de la política Covid cero y de que el régimen de Pekín haya restablecido el objetivo de “dinamismo” diluido con el plan quinquenal 2021-2015 “podría catapultar el valor del petróleo y del resto de materias primas energéticas y sumarse al rally alcista de las metálicas”, augura Fatih Birol, jefe de la Agencia Internacional de la Energía. “Si China bate las expectativas de crecimiento, desaparecerá con celeridad el freno a los precios energéticos” y espoleará la inflación, añade. El gigante asiático se prepara para ejercer otra vez de motor del PIB global y, en primer término, sortear la recesión.
La estanflación no evitará el retroceso del gasto de las familias ni de las decisiones de inversión de empresas y carteras de capital; muy en especial, en EEUU, alerta Moody’s. Todo ello, en medio de demandas de incrementos salariales que se justifican por las lustrosas ganancias que todavía manifiestan las corporaciones frente a la pérdida de poder adquisitivo de sus residentes.
Luca Paolini, estratega jefe de Pictet, incide en que el pesimismo sobre los riesgos inflacionistas y de recesión “ha sido erróneo” y en que, mientras la atmósfera se despeja “es el momento de invertir en mercados emergentes, bonos y oro”. En su opinión, los precios están en “un significativo descenso” mientras el ambiente bursátil “es más benévolo” de lo que dicen los datos; “incluso en Reino Unido”, el actual enfermo económico mundial. Hace unos meses, el consenso hablaba de “una corrección lenta de los precios”, pero su evolución “ha sido más rápida de lo previsto, con cotizaciones moderadas de la energía, suficientes garantías de suministros y ejercicios de resiliencias notables por parte de las economías”. Paolini insiste en que “si la reapertura de China es abrupta, 2023 deparará sorpresas positivas” sin descartar una “cierta exuberancia”, en caso de un cese el fuego en Ucrania.
La zona del euro, ¿el as en la manga?
El boceto de JP Morgan se inclina por el vaso medio lleno, aunque con ciertos trazos gruesos. En su pintura, plasmada a partir de una encuesta entre gestores de fondos de inversión, figura una trayectoria económica distinta a la del recién finalizado 2022. Según sus resultados, los activos del S&P 500 han corregido desde el 98% de octubre al 73% de enero las probabilidades de que una recesión en EEUU reduzca el retorno de beneficios y los índices de rentabilidad para 2023.
Nikolaos Panigirtzoglou, su estratega jefe, hace hincapié en que “la reanimación de la economía china, la estabilidad bursátil en enero, el freno sobre la inflación estadounidense y la ausencia de cualquier atisbo de colapso en los precios europeos del gas dejan más margen al crecimiento económico y al capital bursátil”. E insiste: sobre todo, en Europa.
El EuroStoxx navega en aguas poco turbulentas y sus firmas han reducido del 33% al 18% su apuesta sobre una contracción en la eurozona, según anticipa la métrica predictiva de JP Morgan. De igual modo que el PMI, su índice compuesto, aumentó hasta el nivel 50,2 en enero y se encarama de nuevo a territorio expansivo, con mejoría tanto de los servicios como de las manufacturas. Quizás por ello, el canciller alemán, Olaf Scholz, predijo en Davos que la locomotora europea eludirá la recesión.
Sin embargo, gran parte de la luz que se cuela sobre la economía del euro sólo cobrará visibilidad real con una política monetaria más propensa al dinamismo. Algo a lo que parecen resistirse los halcones del BCE. A pesar de las voces que reclaman a los bancos centrales -a la Fed, el BCE y el Banco de Inglaterra (BoE)- menos esfuerzos por fortalecer su credibilidad hasta dejar la inflación a raya. El mercado les pide que prioricen el crecimiento en lugar de su orgullo.
Desde el BCE, el holandés Klaas Knot, avanza dos aumentos de medio punto, en febrero y marzo, un planteamiento similar al de su colega Olli Rehn, para quien “hay terreno para elevar de forma significativa el precio del dinero” en invierno y al comienzo de la primavera.