Las señales externas, en especial con el regreso de Trump al poder, son de turbulencia. Colombia debe actuar con prudencia.
El nuevo año no completa dos semanas de vida y desde ya se intuyen las turbulencias que se aproximan para la economía del planeta. En plazas bursátiles tan distantes como Nueva York y Shanghái los precios de las acciones muestran tendencia al descenso, mientras los mercados de deuda indican que las tasas de interés van hacia arriba. A su vez el oro, refugio por excelencia ante la incertidumbre, vuelve a superar la barrera de los 2.700 dólares por onza y ha subido más de 34 por ciento en los últimos doce meses.
Tales señales confirman que el panorama dista de ser tranquilo. Aunque entidades como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial mantienen proyecciones de crecimiento global superiores a 3 por ciento en 2025, las probabilidades de un tropezón vienen al alza.
La principal razón es el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el cual se hará efectivo dentro de una semana. Dotado de una sólida mayoría parlamentaria, el magnate republicano cuenta con el respaldo necesario para sacar adelante propuestas que inquietan a numerosos observadores.
Para comenzar, está la idea de elevar los aranceles con el propósito de proteger a los productores estadounidenses de la competencia externa y conseguir que regresen las fábricas que se fueron a otras latitudes. En respuesta, los expertos han advertido que subir el valor de las importaciones traerá aumentos en la inflación y obligará a las autoridades monetarias a subir los intereses para contener los precios.
Algo de ese estilo encarecería el servicio de las deudas contratadas en dólares, lo cual impactará a empresas y países, incluyendo a Colombia. El fortalecimiento del billete verde es evidente y sirve de aliciente para la salida de capitales hacia el hemisferio norte, y ello estimula la devaluación que ya se observa en las monedas latinoamericanas.
Aparte de lo anterior, una profundización de la guerra comercial con China tendrá repercusiones en el ámbito geopolítico. No menos inquietante es lo que pueda pasar con la Unión Europea, que se interroga sobre la continuidad de la alianza con Washington.
Mención aparte merecen los gestos hostiles hacia México, sede de incontables industrias que exportan sus artículos al otro lado del río Grande. Aquí no solo se trata de poner en entredicho el principal destino de las exportaciones de ese país, sino de la anunciada campaña de deportaciones masivas que se centraría en muchos de sus ciudadanos.
Semejante promesa –censurable desde múltiples puntos de vista– traería consecuencias negativas para América Latina en su conjunto si se hace efectiva, pues la región debería recibir de manera intempestiva a millones de personas. Ello, además de disminuir el flujo de remesas, cercano a los 160.000 millones de dólares anuales, provenientes en su mayoría de la tierra del Tío Sam.
Los elementos descritos explican el razonable nerviosismo por el futuro cercano. Tanto para la economía mundial como para la regional aparecen temores que parecen justificados y exigen mucha cabeza fría en su manejo. Colombia, cuyas fragilidades son múltiples, está obligada a mantener la guardia arriba y a no tomar decisiones equivocadas cuando lo que procede es actuar con responsabilidad y prudencia.