Un dólar que sube y baja

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Los vaivenes observados en la tasa de cambio de la última semana sorprendieron a más de uno.

Cuando el martes de la semana pasada Leonor Venegas se acercó a una casa de cambio con el fin de comprar dólares, su primera reacción fue de desánimo. “Todo lo que ahorré para un viaje que tengo a los Estados Unidos me alcanza para mucho menos de lo que pensé”, señaló. No le faltó razón. Precisamente ese día, el billete verde llegó a cotizarse por encima de los 4.000 pesos en el mercado interbancario. De hecho, el 10 de agosto, la tasa representativa alcanzó su punto más elevado –3.988 pesos por dólar– desde que las alarmas por la pandemia sonaron con mayor fortaleza en marzo y abril del año pasado.

Para el viernes, sin embargo, la situación era bien diferente. Tanto, que el martes próximo las negociaciones de la moneda estadounidense abrirán con un valor de referencia de 3.830 pesos, el cual sugiere que el viento cambió de dirección. Si hubiera esperado un poco, Leonor tendría más plata para gastar en tierras norteamericanas. Pero, a decir verdad, nadie habría podido anticipar una corrección de la magnitud de la observada en un lapso tan corto.

A su manera, el sube y baja registrado refleja las circunstancias de un ambiente volátil. En un mundo que oscila entre la reactivación de las actividades y nuevas restricciones debido a la aparición de cepas más agresivas de covid-19, pasar de la euforia a la preocupación es algo usual. No obstante, tampoco hay que desconocer la realidad. Que el peso colombiano haya llegado a ser una de las tres monedas más depreciadas del planeta, junto con la lira turca y el peso argentino, amerita una reflexión. Incluso después del respiro de finales de la semana pasada, la devaluación en lo que va corrido del año es superior al 11 por ciento.

Fichas en el tablero

Lo ocurrido es resultado de circunstancias generales y particulares. En lo que atañe al entorno internacional existen factores que han llevado a que el dólar se fortalezca frente a las monedas de las naciones emergentes. “Aquí pesan mucho los factores exógenos”, opina Javier Díaz, presidente de Analdex. Para comenzar, la recuperación de Estados Unidos es muy vigorosa, con una expansión que el Fondo Monetario calcula en siete por ciento para 2021. Si bien dicha aceleración mucho tiene que ver con la desaparición de restricciones en la rutina cotidiana gracias a la campaña de vacunación, también entran en juego los programas de estímulo cuyo último elemento es la ley de infraestructura impulsada por Joe Biden.

La iniciativa en cuestión, que se agrega a otras cuantiosas inyecciones de dinero desde mediados de 2020, prevé inversiones que ascenderían a un billón de dólares. Un paquete de semejante tamaño no solo garantizaría encadenamientos productivos que influirán positivamente sobre el crecimiento, sino que mantendría el desempleo cerca de mínimos históricos. El lío es que estar con el acelerador a fondo amenaza con recalentar la máquina. Y eso en la práctica se traduce en una tasa de inflación más elevada –actualmente superior al cinco por ciento anual– que llevaría a las autoridades a reaccionar para evitar un desborde de la carestía.

Aplicar los frenos implicaría subir las tasas de interés, que se fueron al piso con el fin de mitigar los efectos de la crisis sanitaria. Un mayor costo del dinero –reza la ortodoxia– enfría la demanda y les quita presión a los precios. Frente a la expectativa de que la rentabilidad de las inversiones aumentaría en la tierra del Tío Sam, los capitales empiezan a preferir los activos denominados en dólares. Eso crea presión en las monedas del mundo en desarrollo que ceden terreno ante el billete verde. A lo anterior se le agrega que el hemisferio sur está teniendo un desempeño mediocre frente al norte. Por cuenta del rezago en la aplicación de las vacunas en África, Asia o América Latina, la dinámica es menor y eso eleva el perfil de riesgo.

Como si eso no fuera suficiente, en este lado del planeta también la inflación comienza a subir y más de un gobierno empieza a encontrarse en dificultades para mantener en relativo orden sus finanzas. El incremento en los gastos para atender las urgencias derivadas del covid, que estuvo acompañado de mayores deudas, es la norma y no la excepción.

Otros elementos entran en juego en la ecuación. Uno de ellos es la geopolítica que pasa por las tensiones entre Washington y Pekín, las cuales siguen en un nivel muy alto que afecta los flujos comerciales o de inversión.

En un ámbito más particular, hay movimientos que inquietan. Es incuestionable que hechos como la elección de Pedro Castillo en Perú o la conformación de la Convención Constituyente en Chile elevan la percepción sobre una región menos amiga de los principios del libre mercado, en donde soplan con fuerza los vientos del populismo.

Si bien no se ha detenido del todo, la llegada de capitales cayó en forma notoria. De acuerdo con la Cepal, en 2020 la inversión extranjera en Latinoamérica se desplomó un 35 por ciento, lo que equivale a 47.000 millones de dólares menos que el año anterior.

El panorama sería todavía más complejo de no ser por el alza reciente en los precios de las materias primas. Hidrocarburos, minerales y alimentos han subido de manera notoria, en algunos casos por problemas de oferta y en otros por una rápida recuperación del consumo.

Teniendo en cuenta que una alta proporción de exportadores de productos básicos vienen de economías emergentes, las previsiones sobre llegada de divisas son mayores. Esto ha obrado como una especie de muro de contención para evitar devaluaciones que serían más acentuadas. En todo caso, al hacer el balance de fuerzas lo que se observa es un dólar más fuerte en diferentes latitudes.

Señales particulares

Una mirada al contexto internacional ayuda a entender lo ocurrido aquí. Lo que llama la atención es que la moneda nacional haya perdido más terreno que las de otras economías comparables. José Ignacio López, de Corficolombiana, afirma que “hay una vulnerabilidad del peso colombiano” evidente, a todas luces.

No hay una sola razón para explicarla. De un lado hay desequilibrios macroeconómicos que nos hacen ver más frágiles. Del otro, existen circunstancias de orden público o de incertidumbre política que dan lugar a cierto nerviosismo.

Respecto a los primeros, los analistas señalan que las cuentas externas del país muestran un saldo en rojo elevado, el cual se acrecentó durante la pandemia. Aunque se puede vivir con un desbalance que se acerca al equivalente del cuatro por ciento del producto interno bruto (PIB), el faltante hay que financiarlo, algo que puede ser más desafiante si suben las tasas de interés y disminuye la liquidez en los mercados.

Adicionalmente, es conocido que el déficit fiscal subió a niveles no vistos en décadas. Este año, la brecha en las cuentas públicas sería de unos 95 billones de pesos, cerca de cuatro veces el de 2019.

Más complejo aún es que la deuda del Gobierno central pasó de representar el 48 por ciento del PIB antes de la pandemia al 66 por ciento ahora. Y si bien empezaría a descender a lo largo de la década, en 2032 apenas bajaría a 61 por ciento, de acuerdo con el Marco Fiscal de Mediano Plazo.

Ese es el motivo por el cual los bonos emitidos por la Tesorería General perdieron el grado de inversión otorgado por dos de las tres principales agencias calificadoras de riesgo. Como la sostenibilidad de las cuentas estatales se encuentra en entredicho, asoman peligros que se expresan en el nivel de la tasa de cambio.

De ahí que resulte tan importante que el Congreso le dé trámite pronto al proyecto de ley de reforma tributaria radicado por la administración Duque en julio. Más allá de que la iniciativa solucione tan solo una parte de los problemas fiscales, sería un paso en la dirección correcta, pues enviaría la señal de que Colombia le quiere meter el diente al asunto de poner la casa en orden.

Los desbalances señalados se combinan con elementos subjetivos que no son de orden menor. El paro nacional que comenzó el 28 de abril y se prolongó durante mayo deterioró fuertemente la imagen del país, aparte de los trastornos que le causo a múltiples sectores productivos.

A lo anterior se suma que el liderazgo de Gustavo Petro en las encuestas sobre intención de voto en las elecciones presidenciales del año que viene pone nerviosos a muchos. Así sea una reacción exagerada debido a que la carrera apenas comienza y una gran proporción de los ciudadanos está en el bando de los indecisos, hay reportes sobre apertura de cuentas en el extranjero y salidas de fondos que también influyen sobre el valor del dólar.

Como consecuencia, la mezcla de circunstancias internacionales y locales ha golpeado a la moneda nacional con fuerza. Eventos puntuales hacen que la tasa de cambio suba –como a comienzos de la semana pasada– o baje, como ocurrió a finales de la misma.

En este último caso, el dato de inflación estadounidense –que mostró cierta estabilidad– llevó a un ligero debilitamiento del billete verde en los mercados globales, pues se cimentó la impresión de que los intereses en el mundo no subirán pronto. Al mismo tiempo, la noticia de la compra de las acciones que la nación posee en ISA, por parte de Ecopetrol, hace prever un aumento en la oferta de dólares en el futuro cercano.

La caída de 160 pesos en la tasa representativa del mercado a lo largo de pocos días sugiere que había factores psicológicos y especulativos que llegaron a pesar mucho en la depreciación del peso. De hecho, cuando se mira aquello que los expertos conocen como los fundamentales del dólar, este debería ubicarse cerca de los 3.700 pesos, es decir que bajaría más.

Entre las razones que se esgrimen está una mayor conversión de divisas provenientes de recursos externos en los meses que vienen o el ingreso de una emisión de Derechos Especiales de Giro del Fondo Monetario Internacional. El departamento de investigaciones económicas del Banco de Bogotá calcula que queda un remanente de unos 9.500 millones de dólares por monetizar por parte del Gobierno, lo cual se sumaría al alza de las exportaciones que reflejaría la bonanza de precios actual.

Por otra parte, numerosos bancos centrales vienen aumentando sus tasas de interés y el Banco de la República debería sumarse a esa corriente para contener la inflación interna. De ser así, el atractivo de invertir en pesos sería mayor y podrían venir más capitales del exterior.

Bajo esa lógica, es menos probable que en los meses que vienen el dólar se dispare. “Podríamos tener algo de apreciación”, subraya José Ignacio López, de Corficolombiana. Pero todo dependerá de que no aparezcan grandes turbulencias en los frentes económico, social y político, por lo cual es importante recordar que en estas materias ningún pronóstico es infalible.

En el entretanto, cada cual hará sus cuentas sobre lo que gana y lo que pierde. Así como quienes viajan al exterior se ven afectados por una tasa de cambio más alta y los productos importados cuestan más, los exportadores y las familias que reciben remesas de afuera obtienen más pesos.

Más allá de las fluctuaciones del día a día, no está de más señalar que la tasa de cambio refleja las realidades de una economía como la colombiana y se ajusta a sus desequilibrios. Si el país hace las tareas que le corresponden en el campo fiscal y logra crecer más rápido, atrayendo inversiones y aumentando exportaciones, las presiones cambiarias bajarán.

Pero si Colombia se equivoca en sus decisiones en lo que atañe a reformas o a la escogencia de sus gobernantes, el peso volverá a perder terreno. Y en ese caso el veredicto de los mercados será implacable.

Con información de ElTiempo.com

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