Por la vía diplomática, y siempre bajo un marco de realismo, se puede lograr que una vez baje la marea, algo de la ayuda de Usaid sobreviva.
Hizo falta que el gobierno de Donald Trump pusiera en suspenso los 180 millones de dólares de ayuda que Estados Unidos destina a Colombia a través de su agencia de cooperación Usaid para que se hiciera visible el grosor del vínculo binacional. Y su importancia para el país.
Y es que el lugar central que ha tenido en la relación el narcotráfico ha conducido al equívoco de que el apoyo del país del norte a Colombia se centra casi exclusivamente en la lucha antidroga. Nada más alejado de la realidad. Como lo mostró ayer este diario, de mantenerse la decisión de Washington, campos muy diversos que van desde la atención a migrantes, la protección de los bosques hasta la implementación del acuerdo de paz en su dimensión étnica se verían seriamente afectados. Ni hablar de lo que significaría para la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) quedarse sin los fondos provenientes de Estados Unidos. Ya se ha advertido que la investigación de los crímenes de los antiguos integrantes de las Farc quedaría en entredicho. Lo que es más preocupante, finalmente, aquí es que quienes más sufrirán la escasez de fondos serán, de nuevo, los más vulnerables, incluidas las víctimas del conflicto.
Es un escenario lamentable, pero no por ello puede el Gobierno caer en la inacción. Una vez más es necesario asumirlo con serenidad y astucia diplomática, acudiendo únicamente a las vías que las relaciones entre Estados ofrecen para sortear tan desafiante panorama. Falta ver hasta qué punto los anuncios sobre congelación de fondos serán reales y definitivos, aunque ya comienzan a verse proyectos suspendidos. La manera como el gobierno Trump ha conducido sus relaciones con otros países, guiada por el estilo del magnate, puede dar pie a algunas esperanzas en el sentido de que la vara comienza muy alta y poco a poco, conforme avanzan los acercamientos, esta baja. Así está ocurriendo con México y Canadá, por poner dos ejemplos.
Ahora bien, lo anterior no puede llevar a dejar de lado un necesario principio de realidad. El que sugiere que con el actual Gobierno republicano la cosa es a otro precio y distintas son las prioridades. Trump fue elegido por una mayoría que con el voto expresó respaldo a un proyecto político en el que temas como la inclusión, las minorías, los espacios para la diversidad quedan relegados. En ese orden de ideas, no es realista esperar que iniciativas bajo estos paraguas tengan respaldo estadounidense en estos cuatro años. Sí se puede concebir, en cambio, que parte del apoyo continúe si nuestra diplomacia logra convencer a sus pares de la importancia de la JEP, la sustitución de cultivos o el acceso a la justicia –por solo citar tres frentes hoy con financiación en entredicho– para avanzar hacia un norte que le conviene, por supuesto, a Colombia, pero también a la región, incluido Estados Unidos.
Pero sería un error poner todos los huevos en esa canasta. Es necesario que ante la incertidumbre, las entidades de diversa índole que hoy están en ascuas exploren nuevas alternativas de financiación. Sea lo que sea, la estabilidad y la predictibilidad de las decisiones de Washington no serán la constante en los cuatro años que se avecinan.