La nueva crisis diplomática entre Colombia y EE. UU. debe manejarse con prudencia y la mira puesta en los lazos comerciales y la seguridad regional.
Ayer estalló nuevamente una crisis diplomática entre Colombia y Estados Unidos ante el mutuo llamado a consultas de los respectivos embajadores. El bajísimo punto en las relaciones binacionales se desató por la acción diplomática del secretario de Estado de la Casa Blanca, Marco Rubio, con el encargado de negocios de Washington en Bogotá para “consultas urgentes tras declaraciones infundadas y reprochables provenientes de los más altos niveles del Gobierno de Colombia”.
El presidente de la República, Gustavo Petro, de forma recíproca, llamó a consultas al embajador colombiano Daniel García-Peña en medio de la renuncia pública al cargo de la hasta ayer canciller Laura Sarabia. Si bien Petro convocó a García-Peña para informar del “desarrollo de la agenda bilateral”, estas órdenes de regreso de los embajadores configuran una señal de descontento que refleja deterioro en las relaciones diplomáticas, debe disparar las alertas y tomarse con la mayor seriedad posible.
En el mensaje oficial del departamento de Estado se afirma que Washington “está adoptando otras medidas para dejar clara nuestra profunda preocupación por el estado actual demuestra relación bilateral”. Este choque abierto se da pocos días después de los señalamientos por parte del gobierno Petro de la supuesta participación de congresistas estadounidenses en un complot golpista y en medio de constantes ataques del primer mandatario colombiano a decisiones del presidente norteamericano Donald Trump, en especial en materia de migración.
Además, es la segunda vez en cinco meses que los gobiernos de Washington y Bogotá se enfrentan públicamente tras el impasse generado por los vuelos de los deportados. Esa crisis generó una estrategia de ‘diplomacia empresarial’ del sector privado colombiano con el gobierno de EE. UU., así como continuó la discusión entre administraciones sobre una lista de “irritantes comerciales” que preocupan a la Casa Blanca como la nueva certificación de importación de vehículos y componentes, la licitación del Acuerdo Macro de Nube Pública y el incumplimiento del TLC en chatarrización, entre otros.
Hay que reiterar, otra vez, que estas tensiones binacionales deben ser abordadas con prudencia y cabeza fría, por los canales diplomáticos y sin perder de vista la larga tradición de estrechos lazos de ambos países. El primer actor en entender este mensaje debe ser el gobierno colombiano, en especial el presidente Petro, que debe abandonar esa diplomacia caótica a base de trinos y exabruptos ideológicos, como el reciente que desató la airada reacción del presidente francés Emmanuel Macron.
Colombia llega a esta compleja coyuntura sin canciller en propiedad, aunque la gestión de Sarabia tampoco dejó una estrategia clara y proactiva para la superación de los obstáculos en la relación con EE. UU. No sobra recordar que es nuestro principal socio comercial, que el país no se ha visto tan impactado por la política de aranceles de Trump y que corre el riesgo de ser decertificada en la lucha contra las drogas.
La tensión es alta, pero Estados Unidos reconoce en Colombia un “aliado estratégico y esencial”. El estallido de esta crisis diplomática constituye un poderoso recordatorio de la urgencia y la necesidad de recomponer esta vital relación binacional, con la mira puesta en estrechar los lazos comerciales y fortalecer la cooperación en seguridad regional, entre otros temas. Es momento de los canales institucionales y del ejercicio profesional y estratégico de la diplomacia.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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