El evento global, que Cali realizó con excelencia, volvió a dejar temas pendientes a la hora de proteger el planeta. Colombia ganó.
Las cumbres ambientales cada vez ganan más protagonismo y despiertan mayor interés. La posibilidad cierta de ver un planeta devastado por la acción del hombre hace que muchos deseen participar a la hora de encontrar caminos de salvación. Pero para alcanzar dicho objetivo –que es inaplazable– hay que generar las condiciones necesarias: involucrar recursos, llegar a acuerdos y asumir sacrificios que no todos están dispuestos a aceptar.
La cumbre de biodiversidad que acaba de concluir en Cali (la COP16) fue un nuevo intento por avanzar en los postulados que se pactaron con anterioridad, particularmente en el Marco Mundial Kunming-Montreal. Allí quedó plasmada la hoja de ruta para la consecución de recursos, la distribución equitativa de los beneficios que se deriven de los sistemas digitales de genética y las metas que cada país fija para proteger la biodiversidad.
¿Qué se logró? Tras doce días de deliberaciones, el resultado es agridulce. La meta de asegurar 200.000 millones de dólares anuales con destino a programas de protección ambiental no tuvo un cierre definitivo. Si bien hay buenas intenciones, persisten las dudas sobre cómo y quiénes deberían ser los principales aportantes. Tema que se hace más complejo en un contexto de conflictos y guerras en el mundo que restan recursos a causas como la COP16.
Un logro de último momento fue la creación del Fondo de Cali para que se haga justicia en torno a los beneficios de la información genética y acabar con la biopiratería. Pero tampoco quedó claro el monto por asignar. Y en cuanto a los compromisos para que las naciones establezcan sus metas y objetivos de protección a la biodiversidad, estos transitan aún por el camino lento. Apenas 20 % de las naciones involucradas lo han hecho. Colombia presentó las suyas, que incluyen la protección de 5 millones de hectáreas de aquí al 2030, esfuerzo reconocido por los expertos.
Tampoco hay que ver el vaso medio vacío. La COP16 permitió que otros temas menos visibles salieran a flote, como el acuerdo global para la protección de áreas marinas, la creación de un órgano subsidiario para pueblos indígenas y comunidades locales, además del reconocimiento de los afrodescendientes en el Convenio sobre Biodiversidad.
Colombia, el país anfitrión, fue el gran ganador. La organización del evento resultó impecable. Las actividades en torno a la COP, que incluyeron las negociaciones de alto nivel, así como las desarrolladas en la Zona Verde, permitieron que por primera vez este certamen tuviera la participación directa de la gente. Fue una COP16 abierta al mundo y eso hay que abonárselo al Gobierno Nacional y, muy especialmente, a la ministra de Ambiente y presidenta de la cumbre, Susana Muhamad. Otros ministerios también concurrieron y contribuyeron a fortalecer la oferta de actividades públicas.
A través de negociaciones bilaterales, el país alcanzó acuerdos para programas ambientales por 100 millones de dólares y consiguió la secretaría general de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (Otca). La ciudad de Cali y el Valle del Cauca, en particular, merecen capítulo aparte y un reconocimiento para su dirigencia. El entusiasmo y la entrega demostrados por su gente dejaron en alto el nombre de la ciudad, un hito que le permite avizorar un futuro prometedor y plantearse nuevos retos de cara al futuro. Por ahora, los mejores aplausos.
Información extraída de: https://www.eltiempo.com/opinion/editorial/lecciones-de-la-cop16-3396466